Si fuera candidata a un concurso de belleza y me preguntaran a quién me hubiera gustado conocer, no se me ocurriría mencionar a Papas ni a Presidentes; a estrellas del rock, ni a líderes sociales.
¡Qué suerte que no participo! No me quiero imaginar el desencajo -del carajo- de haber contestado que deliro por María Moliner cuando pienso en lo bello de las palabras. Cada una con su personalidad; sus sonidos, con sus sabores... y aromas. Porque las palabras suenan, saben y huelen desde que se piensan.
Gabriel García Márquez también soñaba con conocer “La mujer que escribió un diccionario”. Se quedó con las ganas, como yo. Pero no por no haber participado en un concurso de belleza. Bastante feo que es. La culpa fue de él mismo por haber perdido el olfato de periodista cuando le dijeron que ella tenía quebrantos de salud. A María Moliner se le fugó la vida antes que el colombiano regresara a Madrid.
Sin necesidad de verla en fotos sepia, me la imagino. La veo barajando palabras entre cuchillos y cebollas; entre candelabros de plata y vajillas de diario; sobre la mesa del comedor y en la tablilla entre dos sillas. La puedo ver pendiente de sus hijos, aunque sean ingenieros, arquitectos y maestra; la veo cazando palabras de los periódicos (de esas que por la licencia literaria que les da la prisa, se inventan los periodistas locos de atar).
Veo a María Moliner atendiendo flores sembradas en macetas. Estoy segura de que eran geranios y que las macetas eran de barro desnudo. También la veo diciéndole al Gabo, “cuando regreses, trae palabras nuevas de tu Macondo”.
De haberla conocido, hubiéramos hablado de nuestros hijos y de cómo destrozan las medias (para ella, “calcetines”); le hubiera preguntado por trucos caseros para hacer una españolísima sopa de cebolla. Pero también le hubiera preguntado por qué no incluyó en su “Diccionario de uso del español” todas “las malas palabras”. ¿Sería que no le quería dar “standing” frente a sus hijos? ¿Porque suenan feas? ¡Qué pena! Hubiéramos estado mejor educados para insultar mejor, y ¡ahora en CD!
Carajetes, Gabo, ¡mira lo que pasa por procastinar! Al fin de cuentas, la cebolla le duele a los ojos y se usa en infinidad de platos.
2 comentarios:
Me encanta el artículo, déjame decirlo. Me recordó mi primer viaje a Europa. Mi pareja y yo tuvimos fuimos a Madrid, hace 10 años, donde nos enteramos que en el país vasco habría una movilización contra las acciones terroristas de ETA.
Nos lanzamos para allá, participamos en la marcha y oh, agradable premio: ¡Javier Marías y Savater entre quienes la encabezaban!
Lamentablemente no pude acercarme, pero es uno de los más agradables recuerdos de esa ocasión --entre muchos otros, por supuesto.
Una fortuna. Un privilegio conocerlos en su hábitat.
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