
Me encanta regalarme cosas. Me las merezco, así que no veo razón para no hacerlo. Es que además de aprender a leer con el clásico “Mi mamá me mima”, aprendí el “Yo misma me mimo”.
En fechas cercanas a mi cumpleVida, Navidad, Reyes, o Día de las Madres, soy un peligro porque soy capaz de regalarme cualquier cosa sin pensarlo dos veces. Y eso precisamente me pasó el otro día, poco después de mi cumpleanos cronológico (o sea, el de verdad).
En una mega tienda -de esas en las que venden lo mismo cortes de carne que ropa y libros- me paseé como quien no quiere la cosa por los anaqueles de música (ah… además de música, hay películas, muebles, efectos de oficina…). Al lado de los anaqueles de música, donde además tienen joyería, miré como quien no quiera la cosa… los libros (jajaja… ¡juraría que pensaron que estaba en joyería!).
Entre los libros, ví uno que me conmovió: “Papeles inesperados”, de Julio Cortázar. “¡Rayos! ¡Todavía publicando después de 25 años de muerto…! ¿Habrá hecho un pacto con el diablo? Esto sí que puede ser un buen regalo de mí para mí”, me dije. Mi esposo me miró de reojo y no comentó. Yo le pase el libro, envuelto en plástico (probablemente para que no se contaminara con la carne o los vegetales), y mi pariente más cercano pasó a leer la contraportada. Subió las pobladas cejas todavía negras; con la mano derecha se rascó una esquina de su cabellera “salt and pepper”, y me dijo: “mmmm, interesante”.
“Pausa”, me dije.
“El ‘mmmm’ es para cuando se saborea un churrasco, y el ‘interesante’ es para cuando algo le importa tres pepinos angolos… ¡me compro el libro!” Lo puse encima de un paquete de setas, y al lado de los tomates. Ubicación privilegiada para Cortázar, que no fue a parar entre el papel sanitario, ni las pechugas de pollo.
Al llegar a casa, le dejé a mi pariente más cercano y a mi hijo favorito (de los mayores) la faena de bajar paquetes y me arrellané en un sofá de descanso. Prendí la lámpara, y mientras los esclavos trabajaban, rasgué el plástico. “Mmmmmm, huele a imprenta argentina. Me recuerda a los libros de religión de escuela elemental…”, pensé.
Nacarile, la página final me contradijo: “Este libro terminó de imprimirse en […], Edo. de México”.
Ya mi olfato de tinta falla. ¿Será algún déficit neurológico culpa de Intruso? Me abanico con las páginas como quien se apresta a barajear naipes y – “¡Rayos y requete rayos!”- la 93-94 está atrofiada, aunque se puede leer. Pero la 95-96 le faltan un pedazo. Da la impresión de que alguien mordió la página. "Lo siento por Alfaguara, pero el librito se tendrá que ir a pérdida. Y lo siento por mi pariente más cercano, que tendrá que devolverlo", me dije.
Si bien es cierto que ésto le puede suceder a Cualquiera, Cualquiera tiene el derecho a tener el libro completo… especialmente si se trata de “Papeles inesperados”. Cuando regrese con mi autoregalo, me arrellano de nuevo en el reclinable crema a buscar cronopios inéditos, pero siempre verdes y húmedos .
(Foto por Cass)