Hace un año y dos meses me hackearon la cuenta de Hotmail. Y bien “hot” que me puse. En el momento en que sucedió, le escribía un correo a un profesor de planificación en un intento de convencerlo para que diera a conocer públicamente un proyecto de investigación de sus estudiantes.
Les cuento para que se cuiden. Mientras escribía, abrió una ventanilla de msn (Messenger, ¿sí saben lo que es?) y una colega -que creí mi amiga- me hizo una pregunta que consideré válida. Pensé que contestándola, la ayudaba. ¡Sorpresa! Era un (¿una?) hacker que le robó la identidad a mi colega, y lo que preguntaba era la contestación a una de las preguntas “de seguridad” que yo había registrado en el 1998 cuando abrí esa cuenta.
Inmediatamente cayó el sistema y cerró el correo. Pensé que se trataba de un bajón energético, culpé a la compu y creo que hasta la maldije (¡Ja! A la compu, no a la colega... pero la com-PUTA-dora se vengó después!). Busqué todos los teléfonos de Microsoft, oficinas locales, centrales, internacionales... nadie me atendía, nadie me creía. El cuento largo corto: abrí otro correo electrónico en una laptop y me comuniqué con Microsoft por e-mail. Logré convencerlos del trágico incidente (de veras que es trágico). A lo largo de 3 semanas y de un intenso intercambio de mensajes, se dieron cuenta de que Yo era Yo, y nadie más que Yo.
Claro, les tuve que decir los archivos separados que tenía (uno de facturas de compras, otro de recetas de Cielito Rosado, otro de La Palabra del Día, de Ricardo Soca, y otro del Evangelio del Día); como eran tan disímiles, no había forma de que me los hubiera inventado. Les tuve que decir al menos 20 nombres de contactos; contestar las otras “preguntas de seguridad”; y decirles la dirección y los teléfonos que tenía en el 1998, así como un par de eventos importantes de mi vida que reflejaran la tónica de algún grupo de emilios. No fue fácil.
El ejercicio de Microsoft me enseñó varias cosas: a no dejar de recibir recetas, a memorizarme la etimología de los vocablos, a recitar los Evangelistas, y a no guardar las facturas de compras, ni de bancos en los correos electrónicos. Pero por sobre todas las cosas -¡que vivan los hackers!- aprendí a nunca olvidar lo importante que son mis amigas y que es mejor disfrutar concentrando en ellas toda la atención cuando chateamos, en vez de contestarle a toda prisa por invertir neuronas en convencer a un profesor de planificación. Honestamente, no sé si a Cualquiera le sucede, pero aprendan por cabeza ajena, antes que los hackeen.
Taxista "GPS maniac", con pies de plomo
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El aterrizaje fue glorioso para mí y para los pasajeros que compartieron
filas con incordios.
El chofer hindú nos estaba esperando a nosotros y a los $65...
Hace 9 años
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